Sala Tole Peralta, “Grandes Maestros de la Pintura Chilena”
En esta sala se exhibe una parte importante como representativa del patrimonio artístico de la Pinacoteca de la Universidad de Concepción, que, a la fecha, cuenta con más de tres mil obras originales, y por lo mismo, es considerada una de las más importantes colecciones del país. Aquí están presentes autores como José Gil de Castro, Johann Moritz Rugendas, Raymond Monvoisin, Alejandro Ciccarelli y Giovanni Mochi, artistas extranjeros que pintaron en nuestro territorio durante la primera mitad del siglo XIX, dejando una considerable serie de obras como también discípulos, que más tarde contribuyeron a perfilar una pintura con rasgos identitarios propios, marcando los inicios de nuestra historia pictórica.
Es un periodo marcado por los importantes géneros en la pintura de caballete: el retrato y el paisaje. Iniciado el siglo XIX, la Sociedad post-colonial toma consciencia de su rol histórico y aspira a construir una imagen propia que la haga diferenciarse y trascender con rasgos específicos, así en este periodo dominan los retratos tanto de militares y caudillos como de personajes de la nueva élite social chilena.
El paisaje, por su parte, recorre nuestro entorno natural con un sentido de pertenencia, de gran realismo y sentimiento poético, cuyo escenario principal es la cordillera y las escenas rurales del valle central. Entre ellos, los paisajistas Antonio Smith, Eugenio Guzmán, Onofre Jarpa, se refugian en la naturaleza para orientar su producción artística, contribuyendo a perfilar nuestro territorio. Nacional,
La creación de la Academia de Pintura en 1849, marca el punto de inflexión en el desarrollo de la pintura nacional, al iniciar la enseñanza sistemática de dibujo, color y composición y cuyo programa recoge el modelo académico francés, basado en la preponderancia de la línea por sobre el color y la razón sobre el sentimiento. Estos rigurosos principios pronto serían cuestionados entre sus discípulos, generando una forma de pintura al margen de la academia, más libre y espontánea que, hacia fines de ese siglo, fue derivando en una profunda renovación del arte chileno.
Este academicismo impuso a los artistas trasladar a la tela una realidad de manera reconocible. Objetos, lugares o personas son acabados registros formales, cuyo mérito descansaba en la fidelidad de los detalles, característica muy valoradas por el espectador que juzgaba la calidad de la obra de acuerdo a esta tradición académica. Aun así, hacia fines del siglo XIX, se percibe un leve cambio en la ejecución pictórica, pinceladas más robustas sobrepasando las líneas de contorno y la modulación de la materia y el color, derivan en una pintura más espontánea. Esta incipiente innovación representa las aspiraciones de libertad de los artistas y anuncia una ruptura que vendría más tarde con el cambio de siglo y con la llegada al país de los ecos de las vanguardias europeas.
Propias de este periodo son también las obras de interiorismo en donde los personajes, en su mayoría mujeres, aparecen en ámbitos de intimidad o en labores asignadas -por siglos- a su género.
En ellas se advierte la posibilidad de un relato en clave sentimentalista, particularmente en la representación de niños. Que “posan” como para una fotografía de recuerdo. Mención especial merece el gran desnudo de Alfredo Valenzuela Puelma, realizado en París en el año 1888 que se desarrolla en un clima de complicidad en donde la modelo mira al espectador en actitud complaciente. Si bien la mayoría de estos artistas tuvieron formación en la academia de Pintura, (más tarde Academia de Bellas Artes), casi todos fueron testigos de los cambios que operaron en la ejecución pictórica, algunos no se vincularon mayormente, pero otros adoptaron los nuevos lenguajes y/o los transmitieron a sus discípulos.